Leyenda Maya
Cuentan
por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de
pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy
contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos,
pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande, pues se encontró
con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al
darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó
mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los
cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras
serían buenas.
Después de tomar esa decisión,
Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros
de El Mayab. El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de
colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a
toda prisa el toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga
cola llena de hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos
pudieran verlo.
Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:
—Las
mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de
él depende la existencia de la vida. Muy pronto quemaré los campos y
quiero que ustedes salven las semillas de todas las plantas, ya que esa
es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas
en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está
por comenzar.
En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó:
—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida.
Y mientras, el pájaro toh se dijo:
—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero.
Así,
los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al
dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó
para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma, pero muy
decidido a lograr su objetivo.
El toh voló tan
rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus
compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y
se dijo:
—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los demás todavía han de venir lejos.
Entonces,
el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a descansar mas se
durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que ya empezaba a
anochecer y menos de que su cola había quedado atravesada en el camino.
El toh ya estaba bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar
pasaron por allí y como el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron
la cola.
Al sentir los pisotones, el toh
despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba
una pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la
semilla del maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en
su cola pelona.
Mientras tanto, los demás pájaros
ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la semilla que le
quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi las
habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba
desesperado en busca de los maizales, pero había tanto humo que no
lograba verlos. En eso, llegó el toh, mas cuando vio las enormes llamas,
se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto
peligro. Entonces, voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego
aún no era muy intenso y salvó las semillas.
En
cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin
halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su
pico unos granos de maíz.
El toh no pudo menos
que admirar la valentía del dziú y se acercó a felicitarlo. Entonces,
los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los ojos del toh
ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le
quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al
fuego.
Chaac y las aves supieron reconocer la
hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de
premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien
propuso que se le diera al dziú un derecho especial:
—Ya
que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él. Yo
propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de
cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros.
Las
aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su
hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un
nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a
cumplir su promesa.
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